martes, 10 de febrero de 2009

Puerto Iguazú

Un viaje en autobús de 1300 Km. puede parecer una tortura pero no fue así. Los autobuses en Argentina son estupendos, mucho mejores que en México aunque no tan baratos. Claro que, por otra parte, son el único medio de transporte disponible. Volar es carísimo y no hay trenes en todo el país. Fuimos en asientos cama (también llamados “ejecutivo”) que son unos asientos anchos y muy confortables pero que sólo se reclinan 160 grados. Aunque se puede dormir en ellos bastante bien, no entendemos por que los llaman “cama”. A los que se reclinan 180 grados les llaman “tutto-letto” (se nota la influencia italiana), pero ya se disparan de precio. Ponen varias películas y te dan una cena abundante y muy rica, alfajores de dulce de leche incluidos. Y todo regado con un buen vino tinto de Mendoza. Al acabar, un copazo de whisky. Sí, sí, lo que oís. Total, que entre el vino, el whisky y las pelis, caímos en brazos de Morfeo casi sin darnos cuenta y se nos pasó la noche volando.

Por la mañana, tras un buen desayuno en el bus también incluido, llegamos a Puerto Iguazú. Localizamos nuestro hostel, que era limpio, confortable y con una pequeña piscina (que no llegamos a probar). Conseguimos una habitación doble más barata que el dormitorio compartido. La tarjeta de “Youth Hosteling International” empezaba a servir para algo aquí en Argentina (ya nos sirvió en el hostel de Buenos Aires). Una vez instalados y agobiados por el calor y el cansancio del viaje, nos pegamos una buena siesta reparadora.

Puerto Iguazú, al noreste de Argentina, se encuentra justo en la frontera con Brasil y Paraguay, separados entre sí por los ríos Iguazú y Paraná. Después de la siesta, nos fuimos andando hasta el Hito de las Tres Fronteras. El sitio se llama así porque desde allí pueden observarse los tres hitos (pequeños obeliscos) que hay en la orilla de cada país, pintados con los colores nacionales correspondientes. También hay un mercadillo de artesanía que no tiene mayor interés, la verdad.

Después del atardecer volvimos dando un agradable paseo hasta el pueblo, donde descubrimos un restaurante de cocina al wok oriental muy bueno, con buen ambiente y música de fondo de Estopa y Manu Chao (los dos días que fuimos pusieron la misma música). Eso sí, algo caro como todo aquí. Los argentinos abusan todo lo que pueden de las zonas turísticas. Pero nos gustó tanto que repetimos.

La característica más destacada de toda esta zona, aparte del calor, la humedad y la selva, es que la tierra está teñida de un intenso color rojo que, en contraste con el verde de la espesa vegetación, se ve por todas partes: los caminos, las ruedas y faldones de los coches, el calzado de la gente, las aceras… La “Tierra Colorada” se extiende por casi toda la provincia de Misiones, desde Posadas hasta Puerto Iguazú e incluso una parte de Brasil y Paraguay. Ese peculiar color se debe a la abundancia de óxido de hierro en el subsuelo.

El día siguiente amaneció nublado y casi lo agradecimos pensando que haría menos calor que el día anterior. Después de un ratito de autobús, entramos al Parque Nacional Iguazú (40 pesos la entrada) donde nos esperaban las famosas Cataratas del Iguazú, paraje declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El nombre proviene de las palabras “y” y “guasu”, que significan “agua” y “grande” en guaraní. No hay mejores palabras para describir este lugar. Las cataratas constan de 275 saltos de agua (el mayor conjunto de saltos del planeta) de hasta 80 metros de altura y una extensión de 2700 metros que discurren entre Argentina y Brasil, rodeadas de exuberante selva subtropical. Son también las cataratas con mayor caudal de agua del mundo y dicen que las más bellas del planeta. Habrá que ver todas las demás a ver si es verdad…

Contratamos en la entrada un tour en lancha por las cascadas que llaman “Aventura Náutica” y empezamos la visita recorriendo el Circuito Inferior, andando por largas pasarelas, viendo las cataratas más pequeñas desde abajo y algún tucán, rodeados de mariposas y vapor de agua, hasta llegar a Punta Peligro.

Desde allí una barca te puede llevar gratis hasta la isla San Martín, situada entre las cascadas, pero cuando fuimos nosotros el caudal de agua era muy alto y estaba cerrada por seguridad. Lástima. Allí mismo nos embarcamos en la lancha de la “Aventura Náutica”. Antes nos quitamos la ropa y nos quedamos en traje de baño (más el chaleco salvavidas) que llevábamos debajo. Y acertamos porque acabamos empapados.

La lancha te lleva hasta casi debajo de las cascadas. El agua te llega de todos lados y el ruido es atronador. Muy divertido. Mientras estábamos en la lancha yendo hacia las segundas cataratas, el cielo se ennegreció de repente, empezó a soplar un viento helado y empezaron a caer unos goterones de lluvia tremendos. Mientras nosotros tiritábamos, la barca se metió debajo de las cataratas otra vez y nos volvimos a empapar hasta los huesos. Al salir del barco estábamos muertos de frío. Nos lo pasamos de miedo y, a pesar del frío, fue un acierto llevarse el bañador. La gente que se puso chubasqueros acabó con toda la ropa mojada.

Suerte que también nos llevamos el paraguas, porque tuvimos que seguir andando aún mojados y en bañador un buen tramo hasta una de las cafeterías del parque. Nos secamos y cambiamos en los lavabos y tomamos algo caliente. Estuvimos a punto de decidir volver a casa, porque no parecía que fuese a parar de llover. Al final, nos compramos unos chubasqueros de usar y tirar y decidimos seguir adelante. Gran decisión. Cogimos el trenecito que te lleva hasta la larga pasarela del Circuito Superior y, justo antes de que el tren se detuviese, la lluvia aflojó, aunque no paró de caer una fina lluvia durante el resto de la visita al parque.

La pasarela discurre por la parte más ancha del río Iguazú, que mide 1,5 Km. Ese río, de aguas turbias, parece no acabarse nunca. Pasamos por los restos de una antigua pasarela que fue arrollada por el río durante una crecida y finalmente llegamos a la famosa Garganta del Diablo, que es el salto más caudaloso de todos.

Sencillamente espectacular. Nos quedamos maravillados. No habíamos visto tanta agua junta en la vida. Es uno de esos lugares en los que uno se siente insignificante ante el poder de la naturaleza. Para acabar de adornar el momento, numerosos vencejos entraban y salían de las cascadas a toda velocidad. Los vencejos son pequeños pájaros que habitan en la Garganta del Diablo y que anidan detrás de las cascadas. Aunque nos costó un pequeño catarro que no pasó a mayores pero que nos duró algunos días, la parte argentina de las cascadas había resultado inolvidable. Volvimos al hotel donde nos esperaban nuestros queridos amigos los mosquitos.

El día siguiente, en un día soleado y caluroso, atravesamos en autobús la frontera y entramos a Brasil. Tras bajar y sellar nuestros pasaportes en la frontera, tuvimos que esperar un buen rato otro autobús, brasileño esta vez. Mientras esperábamos, pudimos charlar con un español que también estaba viajando por el mundo. Sólo 20 Km. separan el parque nacional argentino del brasileño, pero tardamos casi dos horas en llegar.

El parque brasileño fue toda una sorpresa. Mucho más moderno y cuidado que el argentino, tiene un recorrido más corto pero más vistoso. Las cataratas, vistas desde este lado, son todavía más espectaculares puesto que se ven de frente y con mejor perspectiva panorámica. En el tramo final, cerca de la Garganta del Diablo, estás literalmente rodeado de cataratas. Vale la pena ver las dos partes de Iguazú: la argentina y la brasileña, igualmente imperdible.

Por el recinto vimos muchos coatíes buscando comida por el suelo. Son muy chulos. También motones de mariposas y algún lagarto tomando el Sol. Pero lo más maravilloso fue ver como volaba hacía nosotros un tucán desde las cataratas argentinas, a unos 600 metros, hasta la copa de un árbol a unos pocos metros por encima de nuestras cabezas en la parte brasileña. Inolvidable.

Justo cuando salimos del parque el cielo se tapó de nuevo y empezó a llover. Menos mal que fue al final. Esta vez tuvimos más suerte que el día anterior. Coger el autobús brasileño de vuelta fue toda una aventurilla porque no conseguíamos hacernos entender. Suerte que conocimos a un simpático coleguilla brasileño que hablaba español y nos echó un cable, que si no aún andaríamos por allí dando vueltas.
Tras mucho debatirlo, decidimos no visitar Foz de Iguaçu en Brasil ni visitar Paraguay. Teníamos que continuar y acordamos dejar también el noroeste de Argentina, (Salta, Mendoza, etc.) para otro viaje y al día siguiente, bajo un intenso chaparrón, cogimos un autobús de vuelta a Buenos Aires y nos alojamos una noche en el mismo hostel de la calle Florida donde estuvimos días antes, con la intención de seguir viajando hacia el Sur. Conocimos entonces a Peter, un Australiano de Camberra que nos ofreció su casa para pasar unos días con él cuando llegáramos por aquellas tierras. Un tipo entrañable.

Poco hicimos en Buenos Aires al día siguiente, aparte de comprar los boletos de autobús que llevarían este barco llamado Aventura hasta su siguiente puerto. Y nunca mejor dicho, porque nuestro siguiente destino se llamaba Puerto Madryn, en la Península Valdés, ya en plena Patagonia argentina. Allí esperábamos ver ballenas, pingüinos y leones marinos. ¿Los vimos? Tendréis que esperar al siguiente capítulo para averiguarlo, amigos.

viernes, 23 de enero de 2009

Buenos Aires

Tras unas “vacaciones” del blog, regresamos con un nuevo capítulo. Con mucho retraso pero con energía renovadas.

Nueve horas de vuelo. Esas son las que tardamos en llegar a Buenos Aires desde Miami en los asientos de en medio y rodeados de dormilones. Así es difícil ir al baño y Eli es de las que va constantemente. A las diez de la mañana cogimos un bus desde el aeropuerto hacia la calle Florida, donde le teníamos echado el ojo a un nuevo hostel por Internet. Para nuestra sorpresa, el bus paró en Puerto Madero y nos subieron, junto a dos pasajeros más, en una furgoneta conducida por un chaval que iba como un loco, saltándose los semáforos y adelantado por el carril contrario a toda velocidad. Todo con el mismo ticket. Casi besamos el suelo como el Papa al llegar a la calle Florida. Ese fue el primer contacto con el tráfico de Buenos Aires y también la primera vez que escuchábamos el acento porteño, que así se llama a los de Buenos Aires, y su manera tan particular de hablar español. Aunque, a fin de cuentas, fue un descanso dejar el inglés de lado durante una temporada.

El hostel, Hostel Suites Florida, ocupaba todo un edificio recién reformado en pleno centro. De hecho, de vez en cuando se veía algún currante haciendo alguna chapuza aquí o allá. Pero el sitio estaba bien en general, barato y con un buen desayuno incluido. Nuestra habitación, un dormitorio compartido de 4 camas aún olía a pintura. Nada más dejar el equipaje, nos tiramos a dormir media tarde. El viaje de avión y las dos horas de autobús nos había dejado bastante agotados. Al despertar, ya de noche, intentamos llegar al barrio de San Telmo para cenar, pero se puso a llover y entramos en el primer garito que encontramos. Estaba a tope y aunque servían comida, no quedaban mesas libres. Decidimos tomarnos unos vinos en la barra y esperar a ver si dejaba de llover. Ahí probamos por primera vez los vinos Malbec, un tipo de uva que se cultiva en Argentina, en la región de Mendoza. Dejó de llover un poco, pero ya estábamos cansados y caminamos de vuelta al hostel. Acabamos comiendo en un Burguer King que está al lado del hostel sin energías para más. Al volver, yo me puse en la litera de arriba porque nos dijeron que la otra de abajo estaba ocupada. A la mañana siguiente nos dimos cuenta de que no había nadie más en el cuarto y la noche siguiente tampoco hubo nadie. En recepción llevaban un lío tremendo con esos temas, aunque eran muy simpáticos todos.

El día siguiente lo pasamos, esta vez sí, en el barrio de San Telmo. Como era domingo, vimos el famoso mercado de antigüedades en la plaza Dorrego. Las calles cercanas estaban llenas de puestos de toda clases: ropa, comida, artesanía… Y gente, mucha gente por todos lados, turistas y locales. Este es el barrio donde dicen que nació el tango aunque en Buenos Aires te encuentras gente bailando tango en cualquier esquina de cualquier barrio. Pero en San Telmo tienen la mayor concentración de artistas callejeros por metro cuadrado de toda la ciudad, especialmente el domingo.

Lo cierto es que atrae a muchos turistas que llenan los “Tango-bar”, restaurantes donde ofrecen actuaciones de tango en vivo. Nosotros no íbamos a ser menos y entramos a “El Balcón”. Había un corte de luz eléctrica, algo muy habitual en Buenos Aires, nos dijeron. Pero lo solucionaron con guitarras acústicas y cantando a viva voz. Y les quedó todo muy bien. Un hombre y una mujer se turnaban, acompañados de las guitarras, cantando tangos entre los comensales. Luego, dos bailarines bailaron tango e invitaban a subir al público, ellas y ellos. Nosotros nos libramos por los pelos. Acabó el show con un tipo vestido a la manera gaucha tradicional haciendo una danza con boleadoras, que son unas cuerdas de cuero que acaban en unas bolas que hacen girar y que golpean con fuerza contra el suelo. La comida, hablando de todo, estuvo muy bien y el precio razonable para incluir un show: 80 pesos (unos 19 euros los dos).

Estuvimos buscando una guía de viaje de Argentina para nos ayudase un poco en los siguientes 30 días de aventura, pero fue imposible. Aparte de una guía escrita por y para argentinos que estaba pensada para ir en coche, en este país no hay guías de viaje. Alguna Lonely Planet encontramos pero casi todas de Europa. Ni Argentina, ni Chile (nuestro siguiente destino). Preguntamos en 4 o 5 librerías por una Lonely Planet de Argentina y en todas nos decían lo mismo: está vetada por el gobierno porque no aparecen las islas Malvinas con ese mismo nombre, el que tenían antes de perder la guerra con Inglaterra. Como aparecen como Islas Fockland no la publican aquí. No tienen muy superado ese capítulo de su historia. A los chilenos no pueden ni verlos porque, entre otras cosas, apoyaron al bando contrario durante la guerra. Pero sorpresas te da la vida: Tomando algo en un bar por San Telmo, encontramos entre los periódicos una guía “Routard” de Argentina escrita en francés. Se la habría dejado aquí algún francés, pensamos, menos da una piedra y no le va a importar a nadie si nos la llevamos. Y nos la llevamos. Tampoco la usamos mucho, pero nos ayudó en un par de ocasiones. Por si acaso, no se lo digáis a nadie…

Los primeros 3 días en Buenos Aires estuvieron lluviosos y con frío, por lo que decidimos prolongar nuestra estancia. Como teóricamente nuestra habitación estaba ocupada los siguientes días, nos pasaron a una habitación privada con cama doble por el mismo precio. Y como estaban en promoción por apertura, pagamos 2 noches y dormimos 3. ¡Qué suerte! Estuvimos tan a gusto que, transcurridos esos 3 días, acabamos reservando 3 noches más. En total, estuvimos 8 días allí (estuvimos 2 días más, más adelante, pero eso no viene al caso ahora).

La calle del hostel, calle Florida, es uno de los peros más importantes de estar alojados allí. Es muy céntrica, eso sí, pero es un de los sitios más agobiantes que hemos conocido. Es una calle comercial, de punta a punta. Todo son tiendas una detrás de otra. Muchas tiendas de ropa, en especial las de prendas de cuero, muchas casas de cambio de divisas, alguna tienda de marca y restaurantes. Pero, la verdad, todo bastante cutre y descuidado. Y lleno de gente a tope. A las puertas de TODAS las tiendas hay un tipo o una tipa con un tocho de panfletos en la mano y te intentan colar uno al pasar por delante suyo. Sin excepción. Pasar por allí es estar diciendo “No, gracias” constantemente, a diestro y siniestro. Con el pasar de los días, vas puliendo la técnica y los eludes con un sutil gesto e incluso con la total ignorancia si consigues no mirar, cosa difícil porque hace sonar el panfleto, con una técnica admirable, consiguiendo llamar tu atención si te pilla despistado. Alguna de las tiendas es tan cutre que no entendemos de donde sacan el dinero para mantenerse abierta y pagar a los panfleteros. Serán todos familia o les pagan una miseria, fijo.

Una de las cosas que más nos sorprendió de Buenos Aires (y de Argentina en general) es que da la sensación de que alguien de arriba se queda con todo el dinero y de que el pueblo lo sabe pero se resigna. Parece que el expresidente “Méndez” (decir Ménem da mala suerte aquí), el corralito y la inflación han hundido el país y están acostumbrados a la corrupción. “¿Qué querés? Estás en Argentina, viejo”, te dicen. Las calles están muy sucias y viejas en algunos lugares pero nadie parece hacer nada al respecto. Las carreteras, fuera de la zona central del país, son infames, especialmente en La Patagonia. Hay una crisis de monedas en todo el país, especialmente notable en Buenos Aires. ¿Los motivos? Nadie lo sabe con exactitud. Simplemente sucede y ellos lo aceptan con resignación. Por lo visto, una gran empresa de recaudación se estaba quedando con toneladas de monedas para luego literalmente venderlas por un precio superior al que representan. En la prensa leímos que encontraron una gran nave industrial perteneciente a dicha empresa llena hasta los topes de monedas. El caso está en los tribunales y salía en la prensa todos los días. También en la prensa leímos que hay quien se dedica a fundir las monedas porque ganan más dinero vendiendo a peso el metal gracias a la subida del cobre. El caso es que si vas a un quiosco a comprar y te tienen que dar cambio, no te darán monedas, te darán CHICLES. No es broma. Perdimos el autobús un día por no tener monedas. Teníamos el importe exacto pero en billete. No hubo manera. Si no hay monedas, no hay viaje. El gobierno ha habilitado puntos de cambio de monedas, hasta 20 pesos, en algunas estaciones de tren, como la de la Boca, para que la gente pueda tener cambio para coger el trasporte público. Se forman colas kilométricas. De locos. Si vais por allí, guardad las monedas como pequeños tesoros. Avisados estáis.

No sabemos si fue culpa del mal tiempo pero nos pareció un poco gris la Plaza de Mayo, donde está la Casa Rosada, sede del gobierno argentino, el Banco de la Nación, donde habrá dinero pero monedas ni una, y la iglesia católica más extraña del mundo con forma de Partenón griego. Por dentro es igual que todas. La Casa Rosada alberga un museo al que no pudimos entrar por que estaban de obras. Justo detrás, se estaba preparando una manifestación, una de las muchas que vimos en argentina. Es en esta plaza donde las madres de los desaparecidos durante la dictadura se reúnen cada jueves y dan vueltas alrededor del monumento que hay frente a la Casa Rosada, reclamando saber donde están sus seres queridos.

Abundan en Buenos Aires buscavidas de todo tipo. Unos de los más irritantes son los que, cuando vas a coger un taxi (no digáis “coger” en Argentina si no queréis que os miren raro) corren delante de ti a abrirte la puerta justo antes de que tu la abras para luego pedirte una moneda con toda la cara del mundo. Antes de “tomar” un taxi en una parada de taxis, comprobad que no andan por allí. Y si están, os vais un poco más adelante y paráis un taxi de los muchos que pasan constantemente. Por cierto, aquí conducen como locos todos, pero especialmente los taxistas. No esperéis que se pare nadie para dejaros pasar en los pasos de peatones. Nadie lo hace y te has de buscar la vida para cruzar. Avisados estáis también.

El tiempo cambió después de 3 días de lluvia y empezó a hacer calorcito. Tantos días en la capital nos dieron para hacer mucho turismo. Visitamos el cementerio donde está enterrada Eva Perón, en el exclusivo barrio de Recoleta, dimos largos paseos por las avenidas alrededor del famoso obelisco, en el centro de la ciudad, pasamos alguna noche tomando copas en Palermo, el barrio bohemio y de moda de Buenos Aires, bajamos hasta Puerto Madero caminando a lo largo del río De La Plata, deambulamos por los jardines del Retiro y callejeamos por el bullicioso Once, el barrio de las tiendas baratas y al por mayor, entre otras cosas.

Como no podía ser de otra manera, también visitamos el Caminito de la Boca, en el barrio de La Boca, uno de los puntos más turísticos de la ciudad. En realidad, lo único turístico son 2 o 3 pequeñas calles y sus casas con paredes de uralita pintadas de alegres colores, mucho tango en la calle, algunos restaurantes, tiendas para guiris y mucho buscavidas, incluido un falso Maradona (un Dios aquí) que se hace una foto contigo a cambio de unos pesos. Hay un pequeño puerto con el agua más sucia del mundo. Si te sales del caminito, ves uno de los barrios más pobres, dejados y malolientes de la ciudad. Y nos dijeron que de los más peligrosos. Nosotros lo hicimos y nos dimos una vuelta por allí para poder llegar a la Bombonera, el estadio de Boca Juniors, el equipo de fútbol más conocido de toda Argentina, muy a pesar del también bonaerense River Plate. Alrededor del campo vimos basura, cacas de perro y un camión abandonado y quemado en plena calle. Aún así, y como el hambre no entiende de barrios, fuimos a comer a un modesto restaurante, Rivera Sur, delante del estadio, lleno de banderolas y pósters de Boca Juniors. Nos comimos una tortilla de patatas y pescado. Todo muy bueno y barato, para que luego digan.

Para amenizar tanta caminata, nos aficionamos a tomar unas facturas de vez en cuando. Aquí llaman facturas a las pastas o bollería (tipo croissant). Por 6 pesos, poco más de un euro, te tomas un excelente café con leche de máquina como los de España, no el aguachirri de los USA, y te sirven un plato con facturitas variadas, 3 o 4, y un vasito de agua con gas. Tienen en todas partes, incluso en el McDonald’s, y es muy popular aquí a media tarde. Y hay que decir, eso sí, que la repostería en argentina está buenísima. Otro dulce típico aquí son los alfajores, que no se parecen en nada a los de España, pero que están tremendos. Hay varias variedades, pero el típico es, como no, con dulce de leche. Nos pusimos las botas de alfajores cada día. Como esto siga así, entre tacos mexicanos, burgers americanos y alfajores argentinos, cuando volvamos no nos va a conocer ni nuestra madre. Ah, y hablando del dulce de leche: todo aquí lo lleva. No es sólo un tópico. En los supermercados hay pasillos enteros llenos de cosas con dulce de leche. Les pirra de verdad. De nuevo, incluso en el McDonald’s hay Sundae con dulce de leche. Para que os hagáis una idea (No, McDonald’s no nos paga por la publicidad gratis ni somos tan asiduos como parece). Bueno, mención aparte merece el mate, que es una hierba que aquí toman como infusión. Se toma en una matera (o simplemente mate) y se sorbe una especie de pajita metálica que llaman bombilla. Lo toman durante todo el día y los ves acarreando un termo de agua caliente para poder tomarse su mate estén donde estén: de compras, paseando, trabajando, estudiando… en todas partes y a todas horas.

El penúltimo día en Buenos Aires asistimos al “superclásico” del fútbol argentino, el derby River Plate contra Boca Juniors. Jugaban en el estadio de River (lástima que no fuera en el de Boca). Nos colocamos en la zona “populares” donde está la afición más acérrima de River. Nos lo pasamos de miedo. Asistir a un partido de fútbol en Argentina es todo un espectáculo pero ver este partido aquí lo es aún más. Llovieron papeles, globos, insultos y alguna bengala bajo un Sol inclemente. Por momentos lo pasamos mal de tanto calor y algún desmayo hubo. La afición no paró de cantar, gritar y animar en ningún momento y eso que perdió River por 0 a 1 (partidazo de Riquelme), dejando a River en la última posición en la liga en el peor año de la historia del club. Y venían de ser campeones en el trofeo clausura. Pero esto es Argentina, todo puede pasar.

Lo bueno que tiene escribir el blog con retraso es que Buenos Aires nos ha mejorado en el recuerdo. Cuando estuvimos allí no nos pareció gran cosa, pero tiene un no se qué melancólico que mejora con el tiempo. Mi Buenos Aires querido, ¿Cuándo te volveré yo a ver?, dice el tango.

Al día siguiente nos esperaba un larguísimo viaje en autobús de 1300 kilómetros hasta la remota región de Misiones, en el norte del país, frontera con Brasil. Allí nos esperaba la húmeda jungla y las cataratas más grandes y espectaculares del mundo, las cataratas de Iguazú. Pero eso es harina de otro costal.