viernes, 21 de noviembre de 2008

New York, New York

¡Ya estamos aquí! Tras cinco horas y media de vuelo desde San Francisco (SF, ¿recuerdan?) llegamos al aeropuerto, el J.F. Kennedy, a las 10 de la noche. No encontramos sitio en los hostels de Manhattan, así que teníamos una reserva en un hotel en Fort Lee, New Jersey, pero justo en un extremo del puente Washington Bridge que desemboca en el barrio de Harlem al norte de la isla de Manhattan. En la oficina de información nos aseguraron que la única manera de llegar a nuestro hotel, a esas horas de la noche, era un taxi y que costaba 100$ dólares. Pues empezamos bien. Vaya con Nueva York… Lo cogimos a regañadientes y nos instalamos en el hotel. Por la mañana veríamos si realmente se podía viajar a Manhattan por poco dinero o nos íbamos a tener que mudar.

Al día siguiente cogimos uno de los muchos colectivos (como los de México) que cruzaban el puente cada cinco minutos (1,25$ por persona) y que funcionan hasta pasadas las 11 de la noche. Por la ventanilla de la furgoneta vimos el paisaje que íbamos a ver cada mañana durante once días y que no se nos olvidará en mucho tiempo: La silueta de Manhattan desde el río Hudson.

La furgoneta nos dejó en la boca del metro tras 2 minutos de trayecto. Mejor, imposible. Compramos un bono de metro y comenzamos nuestra vuelta de reconocimiento por Nueva York. Tras 20 minutos de metro (si coges el expreso), nos bajamos en la 42th, en Midtown West, en el centro del mundo, vamos. Rápido y directo. Al final resultó que estábamos muy cerca de todo y bien comunicados por un precio mucho más económico que en el centro. Además, el metro aquí funciona las 24 horas. Ya no nos íbamos a mudar. Nos acordamos mucho de los chicos de información de la noche anterior y de los 100$ del taxi.

¡New York, New York! Lo primero que hicimos fue pasear hasta Times Square que, incluso de día, es un espectáculo de luces, colores y multitudes. Pero este lugar se saborea mejor de noche. Es aquí donde muchos New Yorkers (así llaman a los habitantes de New York) celebran la noche vieja, rodeados de anuncios publicitarios gigantes. Seguimos por Broadway y sus teatros y acabamos en el Rockefeller Center, la máxima expresión del capitalismo norteamericano y en cuya plaza se instala en invierno una pista de patinaje sobre hielo. Es un centro comercial de 19 edificios, varios de ellos rascacielos, construido por la familia Rockefeller. Dentro está el importante teatro Radio City Music Hall.

Allí cerca entramos a la famosa catedral de Saint Patrick, una rara belleza entre los gigantes de cemento y cristal que la rodean. Dentro, una docena de hombres de seguridad, ataviados a lo agente de la CIA, con sus trajes y sus mini- transmisores, velaban por la seguridad del recinto. La paranoia por la seguridad aquí se hace notar en todas partes.

Andando, andando, nos dimos de bruces con la entrada del Empire State Building y no dudamos en pagar por subir hasta el mirador del rascacielos más famoso del mundo. La vista desde el piso 86, una vez superados los 30 minutos de ataque de vértigo de Darry y descubrir su nueva fobia conocida como “pánico a los ascensores antiguos que suben muy alto haciendo ruidos raros”, es espectacular. Se ve absolutamente todo New York desde aquí.

También cerca de allí está la famosa (aquí todo lo es) estación de tren de Grand Central cuyo interior ha salido en tantas películas (como todo aquí). Dimos una vuelta por la biblioteca pública de Nueva York y, para acabar la jornada, entramos al hall del edificio Crysler, una de las obras Art Decó más representativas y uno de los edificios más bonitos que hemos visto nunca. Lástima que no se pueda subir. Extasiados de tantos lugares famosos, volvimos al hotel a descansar. New York prometía mucho…

New York estaba infestado de españoles por doquier y estaban todos en las tiendas, especialmente en Zara, Levi’s, H&M y ese tipo de cadenas de ropa. Y en las tiendas de calzado deportivo también. No sabemos donde está la crisis en España, por que todos los españoles están aquí gastando dinero alegremente. Nosotros sucumbimos también a la fiebre consumista y nos compramos algunas cosas. Como hacía frío, nos compramos algo de ropa de abrigo que nos faltaba. Eli se compró una nueva gorra, que acabó perdiendo como todas las demás. Lleva como 4 gorras, un chubasquero plegable y unos guantes perdidos, de momento. Otro día lo tuvimos que invertir en ir a recoger el paquete que debía contener el permiso de conducir de Eli. Tardamos más de una hora hasta la última parada de metro (Jamaica) en el barrio de Queens. Pero valió la pena: Eli por fin tenía su flamante permiso de conducir que aprobó justo el día antes de emprender nuestro viaje. Aprovechamos que estábamos allí para comernos un menú de comida casera y descansar de tanto burguer y tanta pizza en una de las zonas más latinas del barrio de Queens. Entre el mes de México y el mes y medio por California, ganamos unos cuantos kilos de más por culpa de tanto taco (deliciosos) y tanto Fast Food. Así que en nuestra estancia en New York nos pusimos a dieta y solíamos cenar una ensalada en uno de los muchos restaurantes donde te la puedes hacer al gusto entre gran cantidad de ingredientes y salsas. La dieta no duró mucho porque nos perdían los puestos callejeros de hot dogs, Nuts 4 Nuts (frutos secos caramelizados) y las excelentes pizzas que se hacen por toda la ciudad y que son las mejores que hemos probado nunca.

De vuelta a Manhattan, visitamos el edificio Dakota, donde vivió John Lennon junto a Yoko Ono. Fue en las mismas puertas de este edificio de lujo donde Lennon fue asesinado a punta de pistola por un demente con revolver. Seguimos paseando y entramos Central Park, que está justo enfrente. Esto sí que es un parque. Enorme, bien cuidado y lleno de vida. Cada cinco minutos descubres un rincón mejor que al anterior donde sentarse en un banco y ver pasar a los New Yorkers haciendo footing o paseando. Fuimos un par de días y pasamos muy buenos ratos allí. Incluso nos echamos alguna siesta sobre la hierba.

Salimos bajando por Park Avenue, donde vive la gente rica, hasta llegar de nuevo a Times Square, ya de noche, donde nos sorprendió la cantidad de turistas que pululan por allí (exactamente como nosotros) con sus cámaras de fotos echando humo. Hay tantos carteles luminosos y tantas pantallas gigantes aquí que da la sensación de estar en pleno día en plena noche. Este sitio fue antiguamente uno de los lugares más sórdidos de la ciudad, lleno de borrachos y prostitutas. Ahora tiene la cara lavada y es el sitio más exageradamente turístico y casi todas las tiendas son de souvenirs: camisetas, gorras y cientos de tonterías varias.

New York es un lugar grande y bullicioso, pero nos sorprendió lo ordenado del tráfico. No vimos ningún embotellamiento en los 11 días que estuvimos allí. No es raro cruzar una calle o una gran avenida y no ver ningún coche pasando por allí. El aparcamiento es escaso y carísimo con lo que lo más popular es desplazarse en transporte público.

Otro de nuestros días los pasamos paseando por el Soho y por el GreenwichVillage, donde estuvimos buscando unas zapatillas de deporte por que nuestros pies estaban empezando a acusar las largas caminatas por la urbe. Si vienes a hacer de turista a New York, asegúrate de traer un buen calzado. Lo vas a agradecer. Acabamos yendo al día siguiente al Jersey Gardens, un super centro comercial en New Jersey exclusivamente de tiendas outlet y factory store. A pesar de que no son de nuestro estilo, de tanto ver a los americanos con zapatillas de deporte por la calle terminamos comprándonos unas Nike Air, un par cada uno por unos 115$ dólares las dos libres de impuestos (sin IVA, vamos). Desde entonces, las largas caminatas por NY fueron mucho más “cómodas”. No nos dio tiempo a comprar nada más por que cerraron el complejo. Al salir de allí, ya de noche, estuvimos esperando al autobús junto a otras 20 personas, durante 30 minutos, mientras nos caía encima el diluvio universal. Llovía a cántaro limpio y nuestros ridículos y minúsculos mini-paraguas de viaje no ayudaban mucho. Llegó el maldito autocar pero sólo pudo entrar la mitad de la fila en la que, como no, no estábamos nosotros. Yo (Darry) ya llevaba puestas mis flamantes zapatillas nuevas que quedaron bien estrenadas. Media hora larga más tarde llegó un segundo autobús que sí nos llevó, aunque quedaron allí 2 chicas que no cupieron. Después cogimos un segundo colectivo como los de México, con parada en cada calle, y en total tardamos como 2 horas en llegar, completamente empapados de arriba abajo y al borde del catarro.

En esos días estaban muy cercanas las elecciones presidenciales los Estados Unidos y el ambiente político estaba bien caldeado y era el tema de portada de la mayoría de la prensa y de todos los telediarios de TV. Nosotros notamos más apoyo popular en Obama que en McCain. Por el metro era frecuente ver pasar a alguien de vagón en vagón vestido con una camiseta pro Obama. A pesar de todo, el resultado de las elecciones aún era incierto. Pero no hablemos de política y hablemos de cultura. Visitamos varios museos de los cientos que hay en New York. De entre todos, nos quedamos probablemente con el “MET”, el Metropolitan Museum of Art, y con el Museo de Historia Natural por lo bien que nos lo pasamos en ellos. El día del MET teníamos la risa floja y estuvimos toda la tarde riéndonos sin parar. El sitio es increíble. ARTE con mayúsculas de todas las épocas, países, civilizaciones y estilos, pintura, fotografía, escultura, arte moderno o clásico: Dalí, Picasso, Monet, Manet, El Greco, Rodin, Goya… la lista es interminable. En cuanto al Museo de Historia Natural, fue un día igual de divertido. Este museo también sale en infinidad de películas, la última que conocemos es “Noche en el museo”. Dinosaurios, minerales, meteoritos, fauna, flora, genética… de todo. Ambos museos son enormes, así que hay que contar con un día entero para visitar cada uno como se merecen.

La “zona cero”, donde estaban las Torres Gemelas antes del atentado del 11S, se ha convertido en una atracción turística, y decimos esto con todo el respeto. Han pasado ya 7 años y la zona sigue siendo un enorme agujero, ahora lleno de máquinas, camiones, grúas, obreros y turistas haciendo fotos. El solar es muy grande y uno no puede evitar estremecerse pensando en ese día estando aquí. Las Torres se han convertido en todo un símbolo para la gente de aquí y aparecen en muchos carteles y pintadas por todo la ciudad.

Uno de esos días, como yo (Darry) me estoy quedando calvete decidí, en un arrebato de frustración profunda, raparme todo el pelo de la cabeza, incluida, con la emoción del momento, la barba que llevo desde hace más de dos años. Total, pensé, aquí no me conoce nadie. Pero no caí en las fotos… Hemos procurado poner las mínimas para no herir sensibilidades.

De todos los puentes que hay en la isla de Manhattan, sin duda el más famoso es el puente de Brooklyn. El día que lo visitamos el cielo estaba algo tapado pero le daba una atmosfera muy especial. Lo atravesamos a pie, sobreviviendo a los ciclistas camicaces que pasan a toda velocidad (alguien debería ponerles una multa o algo) y dimos un paseíto por Brooklyn, probablemente el segundo barrio en importancia después de Manhattan. Desde allí cogimos un autobús de vuelta que, después de atravesar otro puente, el Manhattan Bridge, nos dejó en pleno Chinatown.

En fin, 11 días dan para mucho. Y estuvimos en todas partes: Harlem, Wall street, cogimos el ferry a Estaten Island (desde el ferry se ven las mejores vistas de la Estatua de la Libertad), East Village, West Village… por todas partes. Llegábamos absolutamente reventados todas las noches. Tanto fue así que uno de los días decidimos quedarnos en la cama hasta que ya nos dolía el cuerpo de tanto estar tumbados.

Tras jurarnos volver aquí en cuantos pudiésemos (a pesar de todo, nos dejamos muchas cosas por ver) y con el corazón totalmente partido, llegó el momento de continuar la aventura, dejando el frío del otoño en Nueva York y dirigiéndonos al eterno verano de la península de la Florida y Miami, donde intentaríamos dar con el paradero de Julio Iglesias. Sólo dos horas y media de avión separan ambos mundos. Pero eso, como viene siendo habitual, lo veremos en el siguiente episodio.

martes, 4 de noviembre de 2008

Yosemite y la fiebre del oro

Dejamos atrás el lago Tahoe y empezamos el viaje de vuelta a San Francisco recorriendo la histórica ruta 49 en dirección sur desde Placerville, con la intención de llegar al parque nacional de Yosemite. Es por estas tierras donde se inició la Fiebre del Oro. Todo empezó con una pequeña pepita de oro encontrada en Coloma, a 10 millas de Placerville. La noticia corrió como la pólvora y fueron muchos los que vinieron a probar fortuna, recorriendo, como nosotros ahora, la misma carretera 49. Por eso les llamaron “fourty-niners” y de ahí le viene el nombre al famoso equipo de rugby, los San Francisco 49ers.

La zona está salpicada de pequeños pueblos históricos al más puro estilo western. La mayoría están prácticamente deshabitados (algunos son hoy auténticos pueblos fantasma) que viven del turismo o del vino, pues esta tierra, junto con la región de Sedona, produce las mejores viñas del país. Hay catas de vino anunciadas constantemente, la mayoría gratuitas. Más de uno que conocemos sería feliz por aquí. No hay altas montañas, sino suaves colinas, doradas por la yerba seca y, para variar, largos tramos sin nada más que la carretera. Por el camino te encuentras con antiguas minas, ya “secas”, que ofrecen tours turísticos, todo al estilo de la época. Recorrimos varios condados, algunos con nombres tan elocuentes como “Dorado county” o como “Calavera County” y visitamos varios pueblos “western”: Placerville, Sutter Creek, Calavera y, después de atravesar el lago New Melones (gracioso nombre), acabamos en Sonora, muy cerca ya de Yosemite, donde pasamos la noche. Si nos llegamos a quedar por aquí un par de días más nos hacemos con un par de caballos y unos sombreros de ala ancha y nos vamos a robar bancos, como en las pelis del oeste.

A la mañana siguiente llegamos a Yosemite National Park, uno de los parques nacionales más famosos de EEUU y Patrimonio Mundial de la Humanidad. El parque es enorme, pero la zona más famosa está en el valle de Yosemite, que es un largo cañón rodeado de altas paredes graníticas esculpidas por las sucesivas eras glaciares. El lugar es precioso: Hay ríos, lagos, humedales y cascadas por todas partes y los animales salvajes campan a sus anchas, cruzándose por las carreteras y caminos.

La mejor época aquí es a mediados o finales de primavera, con toda el agua del deshielo fluyendo por doquier. Nosotros llegamos a finales de verano, cuando el nivel de los ríos y lagos está muy bajo. Pero, aún así, el paisaje es muy bonito. Y a la luz de la luna, este valle tiene una atmósfera casi mística que no se puede describir.

Como no teníamos tienda de campaña ni sacos de dormir no pudimos acampar, que es lo más barato y lo que hace la mayoría, así que alquilamos una tienda con estructura de madera, con techo y paredes de lona, bastante cara para lo poco que es. La sensación es la misma que estar en una tienda de campaña, pero más grande.

Por allí hay abunda la vida salvaje y son muy famosos los osos que, acostumbrados ya a ver humanos, se acercan a las tiendas y a los coches buscando comida. Por eso, te prohíben dejar comida o champús o cualquier otra cosa que huela dentro de los coches o en la tienda y lo tienes que meter fuera en unos contenedores especiales anti-osos. Ha habido muchos coches destrozados por osos hambrientos. También te alertan de que es tierra de lobos y que abundan los pumas, y te dicen como debes actuar si te encuentras con uno. Con toda esa información en la cabeza, por la noche nos costó un poco relajarnos y cerrar los ojos, pues todo era ruidos y sombras extrañas que llegaban de fuera. En nuestra imaginación nos pareció oír a 17 osos, 4 lobos y unos 35 pumas, por lo menos, acechando nuestra tienda.

Alquilamos unas bicicletas y recorrimos el valle, deleitándonos la vista con los maravillosos paisajes del parque. Vimos cantidad de ciervos (familias enteras), muchísimas ardillas correteando de un lado a otro (son graciosísimas) y muchas especies de aves. También se nos cruzó un zorro a unos 5 metros de nosotros. Pero lo que más nos sorprendió fue que se nos cruzara un lince a escasos 2 metros, mientras caminábamos sujetando las bicicletas. Apareció, se paró, nos miró un segundo y siguió su camino tan tranquilamente.

Este es uno de los destinos favoritos de los escaladores, por sus muchas y altas paredes de lisa roca granítica. Destaca el Gran Capitán, una de las paredes escalables más famosas del mundo. Como despedida del valle, yo (Darry) comencé a subir por el Capitán con la intención de llegar hasta las vías, pero el acceso a ellas no es sencillo porque hubo un desprendimiento de grandes rocas hace unos años que han quedado en el camino y dificultan mucho la subida. Puede que haya un camino más fácil par llegar, pero yo no lo encontré. Caía la noche y decidí volver con Eli, que me esperaba junto al río.

Dejamos Yosemite (prometiéndonos volver en alguna futura primavera) y seguimos la ruta rumbo sur. Paramos en Fresno para hacer noche y solucionar unos problemas técnicos con el ordenador portátil. Un virus maldito tuvo la culpa. El hotel estaba tan bien que nos quedamos dos o tres días por allí, apenas sin salir del hotel, relajándonos en la piscina y comiendo en uno de los mejores y más baratos buffets chinos que hemos probado nunca. Nos pusimos las botas por 7 dólares todo incluido y había de todo lo imaginable. Aún nos parece saborear el Sesam Chicken. Ummm…

De nuevo en marcha, seguimos bajando por el sur, disfrutando las vistas, en dirección a Sequoia Natonal Park y Kings Canyon National Park, dos parques nacionales cercanos y que están uno al lado del otro. De hecho, el ticket de entrada es para ambos parques. Pero nos paramos justo antes en Three Rivers. Cenamos unas pizzas deliciosas en el pueblo y dormimos en uno de los hoteles más tranquilos y agradables en los que hemos estado, no tanto por la habitación sino por el ambiente de relajación que se respira.

Después del baño de paz, entramos al Sequoia National Park. Conocimos las inmensas secoyas gigantes, los árboles más grandes del mundo. No por su altura, aunque también son altísimos, sino por el volumen y el peso de sus troncos. Estos árboles son imponentes y sobrepasan los 2000 años de antigüedad. Su corteza es de un intenso color rojo y sobreviven a incendios (de hecho los necesitan) y son inmunes a enfermedades, hongos o parásitos que afectan a otras especies de árboles. Tal vez por eso vivan y crezcan tanto como lo hacen. Su tamaño y color les dan un aspecto casi mágico.

Mágico también fue el momento en que, mientras conduciendo distraídos por la belleza de las secoyas gigantes, se nos cruzó un oso en la carretera. Pasó tranquilo, sin prisas, y desapareció al poco, entre los árboles, mientras Eli apenas tuvo tiempo de encontrar la cámara y hacerle unas fotos tan apresuradas como desenfocadas.

Hicimos varias rutas a pie acompañados por las nerviosas ardillas terrestres, más pequeñas y rápidas que las otras, pasando por bosques ancestrales como el Giant Forest. Hay muy bonitos senderos aquí y el ambiente es de cuento de hadas. Mención aparte merecen el General Sherman, el árbol más grande del mundo (por volumen y peso del tronco) y el General Grant, el tercero más grande (el segundo y cuarto también están por esta zona).

Por el camino vimos un incendio en una montaña cercana al que acudían hidroaviones uno detrás de otro. El humo filtraba los rayos del Sol, creando una extraña luz amarillenta, muy curiosa, durante varios kilómetros. De todas formas, el fuego es frecuente en estos bosques y forma parte del ciclo de la vida aquí. Llegamos hasta Stoony Creek para comer algo y repostar combustible. Se nos echó el tiempo encima y salimos del parque por el lado oeste.

Estuvimos conduciendo unas cinco horas para encontrarnos de nuevo con la costa del Pacífico, esta vez en la ciudad de Monterrey, con más frío y niebla de la que nos hubiera gustado. No hicimos mucho aquí: Dormimos, visitamos la costa de Carmel y acabamos de “arreglar” el ordenador, ya que en Fresno, al final, lo dejamos a medias por exceso de relajación.

Ya casi de vuelta en San Francisco y con la noche encima, pasamos por Sillicon Valley, visitada obligada para aquellos a los que nos gusta la tecnología y en especial la informática. Dormimos en Palo Alto y nos costó lo nuestro encontrar alojamiento económico. Al día siguiente, visitamos el Museo de la Computación, donde yo (Darry) disfruté bastante, rememorando algunos conceptos aprendidos en la carrera de informática que también se explican o exhiben allí.

Después hicimos varias visitas a las sedes de algunas de las empresas tecnológicas más famosas del mundo, que no son edificios únicos sino grandes complejos o campus. Visitamos la de Microsoft, Google y Apple, pero vimos muchas otras igual de conocidas. En la sede de Microsoft nos colamos en la tienda para empleados (bastante pequeña, por cierto) y preguntamos luego si había alguna zona abierta al público a lo que nos respondieron amablemente que no. De todas formas, el complejo nos decepcionó un poco. Esperábamos más, la verdad.

En el campus de nuestros amigos de Google nos colamos directamente sin preguntar, esquivando al personal de seguridad que pulula por el complejo, pero no pudimos entrar en los edificios. Parece que en Google no se andan con chiquitas, a juzgar por las limusinas de lujo y el Rolls Royce que vimos en la entrada principal, junto a los guardias con aspecto de agentes de la CIA. Llegamos hasta la cafetería de la que dicen que es la mejor empresa del mundo en cuanto a la calidad de vida de sus empleados. El ambiente era muy agradable, con mucho jardín y mucha bicicleta. Todo el mundo parecía muy contento, así que quizás sea verdad que los cuidan bien. Después de darnos una buena vuelta a nuestro aire, preguntamos en información si había alguna zona abierta a visitas. Aquí también nos dijeron que no muy amablemente (incluso nos ofrecieron un zumo) y que, de hecho, ni siquiera podíamos estar allí… Suerte que ya “habíamos” estado.

Visitamos también “Weird Stuff”, una tienda de segunda mano de “cacharros” informáticos y tecnológicos, la mayoría de ellos pura chatarra tecnológica. Todo aquello que enfermos como yo (Darry) solemos guardar en un cajón por que siempre pensamos que podemos necesitarlo y que, la mayoría de las veces, nunca vuelven a ver la luz del Sol.

Y por fin llegamos de vuelta a San Francisco. Lo primero que hicimos fue volver al hotel de la calle Lombard donde se suponía que teníamos que recoger el permiso de conducir de Eli, que ya tendría que haber llegado por correo desde España. Y así fue, el paquete llegó. Pero el lerdo del encargado del hotel lo devolvió de vuelta para España por que no se enteró de un pimiento cuando le explicamos que pasaríamos a recogerlo en dos o tres semanas. Llamamos a la empresa de paquetería y nos dijeron que debíamos pasarnos en persona por el almacén ya que no lo encontraban. Estuvimos en el almacén esperando unas dos horas mientras buscaban el paquete que al final no apareció. Ni rastro. No entendíamos nada. Dormimos en la ciudad de Berkeley, que estaba allí al lado. Al día siguiente, tras muchas llamadas, dimos con él, pero nos dijeron que ya había salido rumbo a Miami para volver a España. Tras varias llamadas más, conseguimos convencerles de que lo pararan en Miami y que nos lo enviaran a Nueva York (pagándolo, claro), donde pasaríamos a buscarlo en unos días… En fin, el asunto del permiso se convirtió en una odisea que acabó con las esperanzas y el ánimo de Eli por los suelos y sin poder estrenarse como conductora en EEUU.

Devolvimos el coche de alquiler y estuvimos un par de días más en San Francisco esperando por nuestro vuelo a Nueva York, pagando un dineral por cumpla de una convención de Oracle que tenía colapsados los hoteles y albergues de la ciudad, además de incrementar los precios una barbaridad. Al final, acabamos durmiendo en una especie de mini apartamento en el medio del parking de coches de un hotel. Desde la ventana sólo veíamos la guantera, llena de papelotes, de un 4x4 rojo. Unas vistas increíbles…

Finalmente, tras despedirnos por segunda vez del Golden Gate de camino al aeropuerto, cogimos un avión con destino a la capital del mundo, a la gran manzana, a la ciudad que nunca duerme y todo eso… ¡New York!