sábado, 18 de octubre de 2008

San Francisco y South Lake Tahoe

Llegamos a San Francisco de noche, como casi siempre últimamente, atravesando el Bay Bridge, uno de los puentes que cruza la bahía de San Francisco, confiando que encontraríamos alojamiento fácilmente. No fue así. Cogimos un taxi para que nos llevase al hotel más barato de cuantos salían en nuestra revista de cupones de descuento, pero al llegar allí en el cartel luminoso brillaba el “no vacancy”. Le dijimos al taxi que nos dejara en el siguiente de la lista y resultó que no le quedaban habitaciones de precio económico. La cosa pintaba mal, siendo ya las 12 de la noche. Pero, una vez más, los americanos nos dieron una lección de amabilidad. El taxista cogió su teléfono móvil y empezó a llamar él mismo a los hoteles preguntado si tenían habitaciones disponibles, para ahorrarnos tiempo y dinero. Nos quedamos impresionados. Al tercer o cuarto intento, el hombre dio con un hotel en la calle Lombard donde una habitación, con cama “Queen size”, esperaba por nosotros. Le pagamos la carrera al taxista y nos ofrecimos a pagarle las llamadas, algo que él rechazó amablemente. Nunca nadie se ha ganado tanto una buena propina.

De San Francisco (SF en adelante) se dice que es la ciudad más Europea de EEUU y probablemente sea cierto. Aquí no hay casas unifamiliares rodeadas de césped. Todas las casas son de estilo victoriano de tres o cuatro apartamentos, pintadas de colores y muy cuidadas, como todo en SF. Al principio, te quedas mirando las casas una tras otra. Luego, te acostumbras a ellas. A lo que no te terminas de acostumbrar es a las cuestas: no nos extraña que alguien tuviera la brillante idea de poner tranvías aquí con semejantes subidas y bajadas. Pero todo eso, junto con la niebla de la bahía de San Francisco, el puente Golden Gate y la isla de Alcatraz, con su famosa cárcel, y el muelle de pescadores, hacen de SF una de las ciudades más encantadoras que hemos conocido hasta la fecha y nos enamoró por completo. Otro punto a favor es la oferta gastronómica, que es muy amplia y no se basa en hamburguesas o pizza, como en las demás zonas que hemos visitado del país. Además hay costumbre de beber vino: California es la principal productora de vino de Norteamérica. Las terrazas de los bares están llenas de gente charlando con una copa de vino en la mano.

“Turisteamos” todo lo que pudimos. De entre todo, nos quedamos con el imponente Golden Gate, que cruzamos andando hasta la mitad. Tiene una altura sorprendente y de nuevo el vértigo hizo de las suyas en Darry. Allá arriba el viento procedente del océano soplaron mucha fuerza y conviene abrigarse. Otro lugar inolvidable es el muelle 39, en el puerto de pescadores, donde cientos de leones marinos toman el Sol y se pelean por los mejores sitios, ante la mirada sorprendida de los turistas a menos de cuatro metros de distancia. Nos quedamos con las ganas de visitar la cárcel de Alcatraz, pero hay que pedir cita con bastante antelación y ese no fue nuestro caso. Y, como no, los viajes en tranvía subiendo por las colinas “imposibles”. Uno de los tranvías te deja en lo alto de Hyde Street, justo donde empieza la famosa calle más sinuosa del mundo, o eso dicen ellos, que ya empezamos a conocer la tendencia a la exageración de esta gente. Hay que decir también que hay aquí demasiado turismo para nuestro gusto, pero eso es lo que somos todos, al fin y al cabo.

Una posible pega de SF es la cantidad de “homeless” (vagabundos) que hay por las calles. Están por todas partes y suelen ir hablando solos, con pinta de locos. Alguien nos contó que tiempo atrás el gobierno cerró el grifo de las subvenciones y dejaron de dar los 400$ al mes que daban a los indigentes. Pero para entonces SF ya estaba llena de vagabundos venidos de toas partes. No sabemos que hay de cierto, pero es algo intimidante ver tantos vagabundos. Esto hace que mucha gente que visita la ciudad se lleve una mala impresión, como algunas personas nos han comentado. Incluso les daba miedo salir por la noche. Nosotros no nos llevamos ese recuerdo probablemente por que nuestro hotel estaba en el barrio de Marina, uno de los barrios de lujo. A dos manzanas vive el actor Robin Williams, para que os hagáis una idea. Paradójicamente, es en esta zona donde el alojamiento está más barato (con los famosos cupones), que por lo general es bastante caro en todo SF. Uno se da cuenta del nivel de la zona por los coches que hay aparcados más que por las casas, que aquí todas son igual de bonitas, y por que casi no hay indigentes por las calles. Salir a pasear de noche por esta zona es muy agradable y es una de las zonas de moda para salir de copas. Nosotros salimos un par de noches a tomar algo. Una curiosidad: aquí se bebe mucha cerveza Bud Light, aparte de vino.

También abundan por aquí los supervivientes de otras épocas: hippies sesentones a los que los excesos de juventud se les marcan en cada arruga de la cara. Algunos van pidiendo limosna por la calle con carteles que dicen cosas como ”Ayuda a este viejo hippie”. Fue aquí y en los alrededores donde comenzó el movimiento “hippie” de los 60. Si buscas un restaurante ecológico o tiendas de segunda mano, pásate por Haight Street, la calle la zona más hippie de la ciudad, que desemboca en el parque Golden State Park, por donde estuvimos paseando toda una tarde. Hay museos, un teatro, un jardín Zen muy bonito, lagos llenos de patos y muchas ardillas. Los parques en EEUU son otra cosa. Mención aparte merecen las puestas de Sol en esta ciudad. Intentamos no perdernos ninguna por que son un verdadero regalo para los ojos.

Tras cinco días en la ciudad, volvimos a alquilar un coche con la idea de hacer una ruta de 2000 millas, unos 3200 Km., por el norte de California. Aún no nos había llegado el permiso de conducir de Eli, que nos habían enviado a nuestro hotel desde España unos días atrás, así que acordamos que a la vuelta lo recogeríamos y nos quedaríamos el coche unos días más para que Eli, que estaba loca de ganas, se estrenase conduciendo. ¿El coche? Un Subaru deportivo, cambio automático, con menos de 1000 Km., nuevo de trinca para nosotros solitos. Así que cogimos el petate y programamos el GPS del móvil con rumbo a Fort Bragg, subiendo por la costa norte de California por la Highway 1, más conocida como autopista del Pacífico, esa mítica carretera que recorre todo el continente americano, desde el sur de Chile hasta Canadá.

Para salir de SF rumbo norte, se ha de atravesar el Golden Gate, que resultó ser una autopista de peaje. Con los nervios, el tráfico intenso y la mala visibilidad, nos equivocamos de carril y fuimos a parar a uno de esos de pago automático en los que no te detienes (Teletac se llaman en España), así que nos quedamos parados allí en medio, con el dinero en la mano y con cara de tontos sin saber que hacer, hasta que la cola que se forma detrás empezó a abuchearnos y pitarnos. Tras unos momentos de nervios y dudas, y como no había ninguna barrera, tiramos millas, saltándonos el peaje de uno de los puentes más famoso del mundo. Durante unos momentos pensamos que nos iba a parar la policía en cualquier momento, con toda la parafernalia de luces y sirenas que tanto le gusta aquí a la policía. Al final, nada de nada. Así que cuidado con nosotros, que somos peligrosos. Aquí os dejamos un video grabado justo después de nuestra fechoría.

Tras una paradita en Sausalito, para comer y pasear un rato, con la ciudad de SF a lo lejos, cogimos la Highway 1, que de highway (autopista) no tiene nada de nada. Es una carreterita que va paralela a la línea de costa donde, eso sí, vimos paisajes y puestas de Sol difíciles de olvidar. Primero, en Tomales Bay, te encuentras con una manga de agua mar, seguramente creada por la falla de San Andres, donde desembocan muchos riachuelos. Este sitio, de gran belleza natural, está prácticamente deshabitado. El mar aquí es una balsa de aceite. Ya casi al final de la bahía, mientras anochecía, paramos para ver la puesta de Sol en la playa.

Seguimos hasta Bodega Bay donde quisimos hacer noche, pero allí el alojamiento es carísimo, así que fuimos a dormir a Santa Rosa, que está en el interior hacia el este, con la intención de seguir recorriendo la costa durante el día, para no perdernos las vistas. Y eso hicimos: por la mañana regresamos a Bodega Bay, pueblo famoso por que aquí Alfred Hitchcock rodó “The Birds” (Los pájaros). Seguro que el guión se le ocurrió estando de visita por aquí también, por que este sitio y sus alrededores están infestados de gaviotas y otros pájaros. De visita al muelle, nos sorprendimos viendo como un par de leones marinos buscaban pescado, disputándoselo a los pelícanos. Aquí las montañas son de color amarillo, por la yerba seca y baja. Parecen hechas de peluche. Por cierto, durante toda la costa nos llegaba un intenso olor a marihuana… Seguramente, procedía de alguna yerba local, pero no dimos con ella.

Proseguimos la ruta, haciendo paradas constantes en los acantilados y algunos bosques, disfrutando de los paisajes, hasta llegar a Fort Bragg, donde vimos otra hermosa puesta de Sol en la desembocadura de un río. En esta costa cada atardecer es un espectáculo de luces. A la mañana siguiente, antes de partir, fuimos a ver otros acantilados cercanos, rodeados por una densa niebla. Hacía mucho frío y el océano estaba revuelto y amenazador. Nos recordó un poco a Irlanda. Por allí hay algunas casas que tienen unas vistas envidiables. Justo cuando ya nos íbamos, vimos tres o cuatro ciervos, a escasos metros de nuestro coche, al lado de una de las casas, pastando tranquilamente. En este país han sabido cuidar muy bien de la naturaleza y de la vida salvaje.

Dejamos la costa y pusimos rumbo al interior, con destino a Lake Tahoe, justo en la frontera entre los estados de California y Nevada. Pasamos por el lago Mendocino y comimos en Upper Lake, un tranquilo pueblecito de carretera. Dormimos en Yuba City, a mitad de camino, donde de nuevo nos encontramos con mucho calor y aprovechamos para bañarnos en la piscinita del hotel, ya casi de noche. Al día siguiente, visitamos Sacramento, concretamente Old Sacramento, que es lo que queda de la histórica ciudad del “lejano oeste” que se hizo grande gracias a la fiebre del oro. Y aquí es donde acababa la ruta del Pony Express, procedente de Missouri.

Continuando por la ruta del Pony Express, comenzamos a subir montañas por Sierra Nevada, hasta que, tras una curva de la carretera, nos encontrarnos a lo lejos con la gran mancha azul del lago Tahoe, el más grande de los lagos alpinos de EEUU. Este sitio es precioso: un enorme lago de agua dulce, rodeado de altas montañas que son pistas de esquí en invierno. Por esa razón, aquí el alojamiento es abundante y, fuera de temporada de esquí, como era el caso, muy barato. El lago hace de frontera entre Nevada y California. Nuestro hotel estaba en California, pero justo al otro lado de la calle ya era Nevada. Un poco más arriba de nuestra calle, en la carretera principal, si pasas al lado de Nevada lo primero que se ven son dos enormes casinos que rompen completamente con la estética del entorno, tan cuidado en la parte de California. Pero eso a los de Nevada parece importarles bien poco. Nos quedamos 3 noches en South Lake Tahoe, disfrutando del sitio y haciendo varias excursiones por los alrededores.

Bueno, hasta aquí este largo capitulo de nuestro viaje. En el siguiente capítulo, el viaje de vuelta a San Francisco. Intentaremos no tardar mucho en escribirlo…

jueves, 2 de octubre de 2008

Las Vegas y Grand Canyon

¡Carretera! De Los Ángeles a Las Vegas hay unos 550 kilómetros de puro desierto por las carreteras más rectas y largas que hemos visto en la vida. Enormes extensiones de NADA, apenas alguna montaña en el horizonte. Por no haber, no hay ni gasolineras. Llegamos a contar hasta 60 kilómetros entre dos estaciones de servicio. Así que si vais por allí, llenad el depósito a tope. Cerca de Death Valley (Valle de la Muerte), el termómetro del coche llegó a marcar 46º a la sombra. El aire acondicionado no daba abasto. Y todo eso sin haber salido siquiera del estado de California. Esto es muy grande…

Eli se sacó el carnet de conducir ¡el día antes de empezar el viaje! Ahí, apurando… Pero todavía no nos había llegado por esas fechas, así que no pudo estrenarse (aún). De hecho, recibir su carnet aquí en EEUU fue otra aventura en sí, pero eso ya lo explicaremos en su momento.

Si California es el estado progresista y ecológico, Nevada es el estado del vicio y el despilfarro. Aquí las leyes y la fiscalidad favorecen las apuestas y los juegos azar. De hecho, lo primero que ves de Nevada es un Casino. Entres por donde entres. Al llegar a Nevada paramos en una gasolinera y alucinamos viendo que dentro tenía máquinas tragaperras. Luego supimos que aquí es de lo más normal. Vimos también una revista, de esas gratuitas, con montones de anuncios de tiendas de armas: rifles, fusiles de asalto, ametralladoras… Con cupones de descuento y todo.

Con Las Vegas te topas de repente. Aparece ahí, en el medio del desierto. En realidad, aparte del “Strip”, que es la calle principal donde están todos los grandes casinos, y un trocito de la calle Freemont, Las Vegas no tiene absolutamente nada. El resto es una gran zona de casas de una planta (como en Los Ángeles), de hostales de mala muerte y de calor sofocante.

Casi todos los Casinos son a la vez enormes hoteles-resorts. Nosotros nos alojamos en el Circus Circus, que es de los más baratos. Si eliges habitación de fumadores, aún más. Eso sí, aquello pegaba un tufo a tabaco considerable. Allí dentro deben fumar hasta las señoras de la limpieza. ¡Y yo dejando de fumar! Pero a los 5 minutos te acostumbras y el ahorro es importante. Por unos 45$ por noche te dan una suite enorme y todos los lujos (o casi). Saben de sobras que el que se aloja allí se gastará, de media, mucho más en los casinos, tragaperras, tiendas y restaurantes que hay dentro del recinto de cada hotel-casino. Todo pensado para que te dejes la pasta tanto y tan rápido como sea posible.

Tal como imaginábamos, la “fabulosa” Las Vegas, que así la llaman, nos pareció la viva imagen de la decadencia y la ludopatía: Tragaperras a ras de calle y casinos por todas partes. Gente jugando desde primera hora de la mañana hasta las tantas de la noche, con la mirada perdida, en chancletas de playa o en chándal, solos o con toda la familia (no entendemos como se traen a los niños aquí). De noche, luces y más luces. Gente borracha por la calle o saliendo de las discotecas de los casinos (vimos a más de uno al borde del coma etílico). Anuncios de chicas relax por todas partes (hay dispensadores de revistas gratuitas de contactos en las aceras y hombres-anuncio paseándose constantemente). Capillas para bodas y divorcios Express. Incluso hay capillas drive-thru, como el McAuto, para que te cases sin bajarte del coche. Despedidas de soltero o soltera (es el lugar tradicional para hacerlo en EEUU) y, ahora también, despedidas de casado o casada, para celebrar un divorcio. El 80% de lo que vimos es así.

Pero también hay sitios exclusivos de gran lujo: Millonarios, modelos, limusinas y coches de lujo, vestidos y perfumes caros, casinos y hoteles selectos y actuaciones de grandes estrellas del espectáculo norteamericanas. Nos dimos una vuelta por el Venettian y lo comprobamos in situ. Estuvimos tentados a jugar a la ruleta, porque el ambiente allí no nos resultó tan patético, pero la apuesta mínima nos hecho para atrás. Aquí, si te dejas llevar por la emoción, puedes apostarte el alma al 23 negro. Afortunadamente, a nosotros dos no nos fascinan ni el juego ni el lujo, así que, salvo unas partiditas a las tragaperras, para que no se diga que no probamos suerte, nos gastamos aquí lo imprescindible. Además, nos queda mucho viaje, así que no podemos emocionarnos o se nos dispara el presupuesto.

De día, Las Vegas no vale nada. Pero no deja de ser una experiencia espectacular darse una vuelta de noche por el Strip y contemplar los desproporcionados rascacielos de los hoteles y casinos temáticos: Venecia, París, Roma, New York, El Cairo, Excalibur… Casi todo tiene una réplica aquí. Eso sí, siempre con más neón que el original.

Después de 3 días, dejamos Sin City (“la ciudad del pecado”, como también la llaman) con rumbo hacia Arizona, el estado del Gran Cañón del Colorado. Por el camino pasamos por el lago Mead, de 180 Km. de longitud. Aquí, en medio del desierto, es lo más parecido a una playa que te puedas echar a la cara. Los lugareños se vienen a pasar el día y a jugarse el tipo tomando el Sol. Es el embalse artificial más grande de Norteamérica y es una consecuencia de la enorme presa Hoover, que está aquí cerca y que hace de frontera entre los estados de Nevada y Arizona.

Tras unas buenas horas de conducción, llegamos por fin al parque nacional del Gran Cañón del Colorado justo al anochecer y sólo nos dio tiempo a echar un vistazo rápido, que nos dejó maravillados. Retrocedimos un poco hasta la entrada del parque para hacer noche. A la mañana siguiente, nos quedamos boquiabiertos con la primera visión del cañón en todo su esplendor. Este sitio es una cura de humildad. Te sientes pequeño e insignificante frente a este inmenso paisaje de colores rojizos cambiantes con la luz del Sol. Grand Canyon no es ni el más grande ni el más profundo del mundo, pero a buen seguro que es uno de los más bellos. Para bajar andando hasta el río Colorado se necesita un día entero y otro para volver y hay que ir bien preparado. De hecho, cada año tienen que rescatar a algún valiente que intenta bajar y subir en un solo día. No hace mucho, falleció una célebre corredera de maratón intentándolo por no llevar agua suficiente. En fin, no queremos extendernos aquí con intentos inútiles de describir este lugar, porque hay que estar aquí para disfrutarlo como se merece. Las fotos no hacen justicia ni a la belleza ni a las dimensiones, pero aquí os dejamos algunas para que os hagáis una idea.

También nos sorprendió la naturaleza salvaje del sitio, algo común en lo que levamos visto de EEUU. A pesar de lo que pueda parecer, el cañón está rodeado de bosque por todas partes. Por aquí vimos muchas ardillas y cuervos, algún buitre, varias águilas y una manada de ciervos.

Habíamos llegado a la mitad del recorrido previsto e iniciamos el camino de vuelta a Los Ángeles, donde debíamos devolver el coche de alquiler, recorriendo un buen tramo de la histórica ruta 66. Pasamos la noche en Flagstaff. Allí, para evitar perdernos de nuevo en Los Ángeles, invertimos media mañana en instalarnos un conocido programa de navegación por GPS, aprovechando que trajimos un móvil con GPS incorporado. Fue una de las mejores ideas que hemos tenido por el momento, porque nos está siendo de muchísima ayuda.

Al día siguiente, llevados de la mano de la tecnología, visitamos otro parque nacional, el de Sedona, con sus peñascos elevados que han servido de decorado a numerosos westerns. Quisimos dormir en el pueblo de Sedona, pero allí todo está carísimo. ¿Por qué? Pues, por lo visto, hay aquí una acumulación de energía muy especial que hacen de este pueblo un destino imprescindible para los místicos, esotéricos y amantes del rollo New Age en general. El pueblo, además de pintoresco, recuerda a las pelis del oeste. Finalmente, pasamos de largo y dormimos en Cottonwood, no muy lejos de allí, donde nos aprovisionamos para el largo camino de vuelta a LA.

Dejamos atrás Arizona cruzando el río Colorado (de nuevo), que hace de frontera con California. Aprovechamos para hacer un descanso y remojarnos los pies. Más adelante visitamos el parque nacional Joshua Tree. Aquí, como muchos habréis acertado, es donde se hicieron las fotos que aparecen en el famoso disco homónimo del grupo U2. Pero como en este país les gusta espaciar tanto las gasolineras, llegamos allí con muy poco combustible, así que sólo pudimos entrar unas pocas millas y retroceder, sin llegar a la zona con los famosos arbustos (que eso es lo que son, no árboles). De todas formas, ya nos hartamos de verlos de camino a Las Vegas.

Después de recorrer 2.575 kilómetros, hechos con calma por una pequeñísima fracción de EEUU entre los estados de Nevada, Arizona y California, llegamos de vuelta a Los Ángeles, donde, no sin mucha pena, devolvimos nuestro 4x4 y decidimos repetir la experiencia más adelante. Perderse en coche por esta zona mayoritariamente desértica y solitaria ha sido una experiencia inolvidable. Después de comer, cogimos un tren que nos había de llevar hasta nuestro siguiente destino: San Francisco, California. Pero estaréis ya cansados, así que aplacemos ese asunto para otro momento.