jueves, 25 de diciembre de 2008

EEUU: Resumen

Segunda etapa de la vuelta al mundo de Eli y Darry

País:
Estados Unidos de América.

Duración:
52 días. Del 20 de Agosto al 10 Octubre de 2008.

Transportes utilizados:
Tres aviones (dos vuelos internos), dos coches de alquiler (un Chevrolet 4x4 y un Subaru, ambos automáticos), tren (una vez), un autobús de media distancia (incluido en el ticket del tren anterior), muchos autobuses municipales, autobuses eléctricos y varios tranvías (en San Francisco), metro (NY, LA), trenes aéreos (Miami), muy pocos taxis (son muy caros), bicicletas (en Yosemite), un ferry (NY), una furgoneta (Miami) y muchos mini-autobuses o colectivos (NY).

Mapa aproximado del itinerario:

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Nuestros favoritos

Población:
Eli: San Francisco o New York
Darry: New York.

Lugar:
Eli: Yosemite National Park, California o la costa norte de California.
Darry: Yosemite y el Gran Cañón del Colorado.

Comida:
Eli: La pizza de New York (en realidad, está buena en todo el país) y los m&m’s (sí, los Lacasitos esos, ¡Qué vicio!).
Darry: Las bolsitas de frutos secos caramelizados Nuts4nuts de cualquier puesto callejero de New York.

Bebida:
Eli: Vanilla coffe, sobretodo el que te haces tu mismo en las gasolineras.
Darry: Coca-cola Zero (esto es América, ¿Qué esperabais?)

Frase o expresión:
Eli: “¿Hablas español?”
Darry: “Have a nice one, bro”.


Últimas notas

- El agua es gratis en muchos restaurantes (menos en NY) y te la sirven con hielo y a veces con limón. Aunque es del grifo, está buena. Por cierto, en todas partes es más barata la coca-cola que el agua mineral (en algunos sitios sólo tienen “sodas”).

- Si no te acabas la comida en los restaurantes, te la preparan para que te la lleves. Y te la calientan en el micro, si quieres.

- La cesta de la compra está carísima. Sale más barato ir a un fast food que ir al súper y cocinar. No hay restaurantes de comida decente por un precio asequible, como en España (excepto en las grandes ciudades). Y olvídate de comer algo que no sea fast food en las áreas de descanso de las autopistas o en los centros comerciales. No nos extraña que hayan tantos obesos (que los hay).

- La gente es muy amable y civilizada. Respetan la ley al máximo. Y en el trabajo, muy profesionales.

- Conducen muy bien, tranquilos, pacientes y sin prisas en general (excepto en NY, que va a su rollo en muchas cosas). Puedes cruzar tranquilo por los pasos de peatones que todos se pararán (incluso si pasas por el medio de la calle).

- No hemos visto gente con pistolas por la calle, je, je, je.

- Hay lavabos en todas partes, aunque te pierdas por el desierto o en una carretera de montaña. Limpios y con papel de sobras.

- Hay tiendas y productos de todo para todo el mundo. Y se lo ponen fácil al consumidor. Por ejemplo, abundan los cajeros automáticos “drive-thru”, para que no te tengas que bajar del coche ni para sacar dinero.

- Respetan y cuidan al máximo la fauna y la flora. Los parques nacionales son una maravilla.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Miami y los Everglades

Esta última etapa del viaje a EEUU representó un cambió importante en nuestra aventura. Teníamos previsto estar tres meses en los USA pero acordamos, en su momento, pasar sólo dos y permitirnos un presupuesto diario más generoso. Y lo disfrutamos mucho. Pero nos pasamos un poco… Había que continuar y eso implicaba cambios: Se acabaron las habitaciones de hotel, las camas “king size” o “queen size”, los baños privados y los coches de alquiler. Probablemente por un largo tiempo.

Así que, tras varios intentos sin éxito, como en New York o en San Francisco, conocimos a alguien a través de “Couch Surfing” que estaba dispuesto a alojarnos en su casa de Miami durante unos días. El couch surfing consiste en que alguien ofrece un espacio en su casa, desde un sofá-cama hasta una habitación, a viajeros que necesiten alojarse unos días, normalmente con poco presupuesto. También hay gente que se ofrece para enseñarte su ciudad o salir a tomar unas copas o hacer amigos. Totalmente gratis (que no por la gorra). De viajeros para viajeros. De personas para personas. Todo con unas ciertas normas que son de simple sentido común. Todo está en www.couchsurfing.com. Vale la pena probar la experiencia.

Loriel iba a ser nuestro anfitrión en Miami. Un joven artista venezolano que nos dio muy buena onda desde el primer momento. Nuestro vuelo desde New York fue corto, 2 horas y media. Loro, como lo llaman los amigos, tenía que pasar a recogernos por el aeropuerto en cuanto le llamáramos al móvil para avisarle de que ya estábamos allí. Y eso hicimos a las 19:45h en cuanto recogimos el equipaje. Pero Loro nos había dicho que a lo mejor tenía trabajo esa noche y acabaría sobre las 22:00h, así que al principio no conseguimos comunicar con él. Ese tiempo lo invertimos en comernos unas empanadas cubanas en un puestecito del aeropuerto y para darnos cuenta de que la mayoría de la gente era cubana también. Estábamos en los USA pero todo el mundo hablaba español a nuestro alrededor. Si California es de los mexicanos, Miami es de los cubanos. El caso es que Loro pasó a buscarnos pasadas las 22:00h y nos subimos a su furgoneta. Allí estaba también Teresa, su chica americana de origen cubano (cómo no). Loro vive y tiene su taller, junto con otros dos amigos, en un pequeño warehouse, que es como llaman aquí a las naves industriales, en un polígono de Little Haití, uno de los barrios con peor reputación de todo Miami pero también mucho más baratos. Al llegar, llegó también la lluvia. Entramos a toda prisa para no mojarnos. Loro nos ofreció su propia habitación y su propia cama para alojarnos a pesar de nuestras quejas. El dormiría en casa de Teresa. Con total confianza. Fueron un encanto en todo momento.

Esa misma noche estuvimos charlando y tomando unas copas con unos amigos en el Warehouse de enfrente, y lo pasamos en grande, especialmente con Jaime, dueño del taller y pintor que, siempre con su copa en la mano, no paraba de decir chorradas al más puro estilo spanglish: Que si este es un “fucking marica”, que si el otro es el “fucking amo”, que si el otro es un “fucking artista”… La noche acabó con una cena a las tantas de la noche en pleno Miami Beach. Pasamos allí dos noches pero poco pudimos hacer por que llovió sin parar. Salíamos a comprar al bodeguilla de la esquina y no paseábamos mucho por la zona por que el barrio y el tiempo no daban para hacer turismo: calor sofocante, lluvia tropical, mucho pintilla suelto por la zona y muchos haitianos vestidos a lo hip-hop haciéndose los malotes por la calle. Loro ya está más que acostumbrado pero a nosotros, sinceramente, nos daba bastante respeto.

Por las tardes quedábamos con Loro, Teresa y Guru, el perro de Teresa. Fuimos a ver la exposición que Loro tenía esos días en una galería del Art District de Miami, un barrio entero lleno de galerías de arte. Nos gustó muchísimo. Él hace sobretodo arte plástico. Sus obras recuerdan a secciones de troncos de árboles, muy “orgánico” y original. Entramos en otra galería con una exposición muy divertida y nos fuimos a pasear por la calle Lincoln, una de las zonas más comerciales y con más locales de copas de Miami Beach. Tomamos unas cervezas sentados en una terraza. Bueno, todos menos Teresa, que no llevaba el carnet de identidad y aquí si no demuestras que eres mayor de 21 años no bebes, aunque peines canas.

Por la noche volvimos al taller e hicimos una cena entre todos. Los principales cocineros fueron Loro (su cuscús quedó buenísimo) y Teresa (nos sorprendió con Tofu rebozado). Todo estaba muy rico. A la cena se apuntó Sergio, otro amigo venezolano que acababa de regresar de un viaje por México una hora antes. También vino otro amigo, pintor y americano para más señas, de otro warehouse cercano, además de Carlucho, el otro residente del warehouse de Loro, colombiano de Bogotá y vegetariano.

Al acabar la cena y la posterior charla, copas de vino en ristre, llegaron más amigos y vimos todos juntos una película en el proyector, tirados en unos cojines en la parte de arriba del taller, mientras comíamos yogurt con trozos de fresa que Loro había preparado. Hubo también muchas risas… La pena fue que, justo antes del final, la peli se quedó “colgada” y nos quedamos sin saber como acababa. Eso es lo que pasa a veces con las pelis que se ven directamente de Internet.

Al día siguiente el tiempo pareció mejorar un poco y decidimos mudarnos cerca de la playa, ya que Little Haiti está bastante lejos y hay que coger autobuses para llegar. Así que buscamos un hotel cerca de la playa y encontramos, en una calle llamada Española Way, el Clayton Hotel, un hotel barato con baño compartido en pleno South Beach, la zona Art Decó de Miami Beach. Este hotel apareció en el primer capítulo de la serie Miami Vice y en alguna que otra película más.

La idea era disfrutar de la larguísima playa de South Beach (a dos calles del hotel) y, sobretodo, del cálido mar de Miami, ya que en los próximos dos meses, en Argentina y Chile, sólo veríamos océanos fríos en los que no apetece darse un baño. Después de instalarnos (casi nos da un síncope por el aire acondicionado, que estaba a tope) y de ir a comer al restaurante mexicano que hay justo debajo (ya teníamos morriña de México), fuimos a la playa con toda la ilusión. Pero el primer día de playa no fue del todo bien. El mar estaba revuelto y se puso a llover al poco rato, obligándonos a volver al hotel.

Paró enseguida y pudimos pasear por la noche disfrutando del ambiente de Miami Beach nocturno. Cuanto más avanzada la noche, más frenético se vuelve. Nos gustó mucho Ocean Boulevard, el paseo frente al mar más famoso de Miami, lleno de restaurantes y palmeras. Vimos un montón de gente haciéndose fotos frente a una casa lujosa. Preguntando, nos dijeron que esa era la casa de Versace y que ahí mismo lo asesinaron, en la puerta de su propia casa.

Fuimos a comer un trozo de pizza (que nos pareció casi tan buena como las de Nueva York) mientras veíamos un extraño espectáculo en la calle. En el local de al lado se rodaba un programa de música para adolescentes ricos de la MTV. En la cola de entrada, lo niñatos millonarios formaban un jaleo tremendo. En este país, el que tiene pasta la tiene de verdad. Muchos llegaban en limusinas Hammer y otros conduciendo sus propios lujosos coches (aquí se puede conducir a los 16), que dejaban a los aparcacoches sin mirarles a la cara. Algunos incluso venían con guardaespaldas. A saber de quien son hijos... Lástima que no tuviésemos la cámara a mano.

El día siguiente volvimos a la playa y, aunque el mar todavía no estaba sereno del todo, disfrutamos bastante más que el día anterior. Por la noche, quedamos de nuevo con Loro y fuimos, junto con los demás colegas, a un garito muy auténtico llamado Churchill’s (5$ la entrada). El local tiene dos salas: en una hacen conciertos (cada día de la semana un género musical) y en la otra hay un teatro “Open mind” al aire libre donde cualquiera puede subir a hacer, cantar o decir lo que le apetezca. Ese día tocaba jazz y estuvimos casi todo el tiempo en la sala de conciertos viendo a la banda residente. Buenísimos. De vez en cuando, salíamos al teatrillo a ver que se cocía por allí: desde un tipo quejándose del gobierno de George Bush hasta una chiquilla que, guitarra en mano, cantaba con una voz desgarrada que recordaba vagamente a Janis Joplin. La mayoría no valían nada, hay que decirlo, pero la noche estuvo muy entretenida. Como dato curioso, cuando se acaba el concierto de jazz, reaparece el DJ del local: un abuelete de melena cana que recuerda a un buscador de oro, con su camisa y sus tirantes y su pañuelo rojo. Todo un personaje y, por lo visto, toda una institución del lugar.

Al día siguiente emprendimos un viaje hacia el sur, hacia los Everglades, en sky train, metro y autobús. Para hacer un trayecto que se hace en media hora de coche nosotros tardamos unas dos horas y media. Un rollo. Qué bien nos hubiera venido aquí un coche... Llegamos al hostel cansados de bus y el sitio nos pareció un remanso de paz muy acogedor: un buen jardín con una casita en medio, una cocina bien aprovisionada, biblioteca, guitarra, piano, sala de cine y muy buen ambiente. Dormimos en un dormitorio para 6 personas. El primer día sólo había 2 chicos más que no vimos hasta la noche. Comimos en el restaurante mexicano de enfrente (no estamos obsesionados, es sólo que estaba cerca) y ese día poco más.

A la mañana siguiente, nos levantamos bien pronto y alquilamos unas bicicletas en el hostel y ellos mismos nos dejaron con una furgoneta en la entrada del parque que estaba a 10 minutos en coche. En cuanto les llamáramos por teléfono, vendrían a recogernos. Los Everglades es una extensísima zona de humedales de limpia y clara agua. Aquí, además de numerosas especies de aves (y de moquitos, malditos sean), viven los alligators, que, en principio, pueden verse por todos lados. El problema es que nosotros llegamos en temporada de lluvia y el nivel del agua estaba demasiado alta para ver animales. No hubo suerte y no vimos ningún alligator, por más que buscamos. Sí vimos muchos tipos de aves por todos lados. También hacía un Sol y un calor infernal. Eli cogió uno de sus típicos sofocos y tuvimos que salir pitando hacía la salida y llamar para que nos viniesen a recoger a eso de la 3 del mediodía. La verdad es que este sitio es para tener un coche: puedes recorrer toda la zona (y no sólo una pequeña parte, como nosotros) y llegar hasta el mar donde abundan los manatíes. Lástima. Volvimos al hostel cantando eso de “See you later, alligator”…

Por la noche, con Eli ya en la cama intentando recuperarse, yo (Darry) me quede con un grupo de belgas, que estaban en nuestra propia habitación, en el patio del hostel bebiendo cervezas y charlando hasta las tantas. Lo curioso es que entró una chica negra, colándose dentro de la casa, vendiéndonos su cuerpo por un puñado de dólares. Todos nos quedamos estupefactos. Al final le dimos unos pocos dólares entre todos y se fue por donde había venido. Decía que venía de New York, que no tenía papeles y que quería largarse de este país. No paraba de decir que odiaba a esta gente.

Nuestro plan era continuar el viaje hasta los Cayos de Florida. Pero no paraba de llover y tampoco encontramos alojamiento barato allí por Internet. También nos advirtieron que la mejor forma de ir a los cayos es con coche propio, cosa que no teníamos. Con todo esto, decidimos abortar la misión y volvernos a Miami a ver si mejoraba el tiempo y podíamos disfrutar de la playa. ¡Y cómo mejoró! A la mañana siguiente fuimos a la playa y esta vez sí. Eso sí era un paraíso de Sol y playa. El mar era una balsa de aceite, calentito y poco profundo, y el día estuvo estupendo. Una postal, vamos. Nos íbamos esa misma tarde pero, con semejante día, estuvimos planteándonos seriamente quedarnos un par de días más. Al final, no lo hicimos…

Por la tarde, después de un último paseo por las calles de Miami Beach, nos despedimos de Loro tomando un café cubano, típico de la ciudad. Vino con un amigo argentino, artista también. Muy apropiado teniendo en cuenta que al día siguiente ya estaríamos en Buenos Aires. Hablamos mucho de Argentina, nos recomendó varios sitios y nos advirtió de que los porteños (los de Buenos Aires) son muy orgullosos y muy altivos. De hecho, en el resto de Sudamérica a los porteños les llaman, muy sarcásticamente, “los mejores del mundo”. Tiempo tendríamos de comprobarlo…